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viernes, 18 de junio de 2010

Episodio II: No soy yo sin vos

Tanta delicadeza me había hecho mal. No quería pensar más en lo que estaba haciendo mal, ¡no quería siquiera pensar! Y otra vez las ganas de ver cuanto podía sangrar. Me serví un vaso de un wiskey barato que había dejado mi ex de casualidad, me senté en el inodoro, prendí un faso y acariciando las hojas abandonadas de un libro de Richard Adams me dije: “¡Watership es más down que nunca! Eché una carcajada y en medio de tanta histeria…


- ¡Y la reputa madre que lo re contra parió! Conchudo ególatra, anomalía universal ¡¿Para qué tuviste que regresar?!

La ira se iba apoderando de la poca cordura que le quedaba a Fernanda. Abajo el cenicero, arriba y contra la pared el celular, a los cuatro vientos la bronca y por si todo esto fuera poco, mi indiferencia por entender el motivo de tanto alboroto, dejó dos platos rotos como secuelas.

-¿Por qué mierda se le ocurrió venir a decirme lo mucho que sentía haber sido un completo imbécil cuando yo más lo necesitaba? Ya las cosas estaban lo suficientemente retorcidas entre los dos cuando ambos nos hacíamos los superados aún sabiendo que todo era un juego de rol para derribar todo intento de esperanza en otro; y seguir jugando con el malestar que esto implicaba no era cuestión de masoquismo, más bien cuestión de supervivencia. Si, sobrevivir en la vida del otro más allá de saber lo extremadamente paralelos que se encontraban nuestros puntos.

Sí, el deseo de tenerlo en mi vida me bloquea, me desanima pero me ayuda a sobrevivir! Ya las cosas estaban retorcidas, ¿para qué enroscarse aún más? Claro, ahora viene el perdón, el arrepentimiento, la nostalgia de aquello por lo que no luchó, el remordimiento por haber dejado ir a la cosa más bonita que pudo existir… ¿y yo qué hago? Le abro las persianas de mi patética no-vida. Traté de insinuarle que soy rencorosa pero creo que fue más que obvio que no se mentir. Ya sé, no me preguntes, te lo voy a decir - yo no había abierto la boca. Generalmente disfrutaba de los monólogos de Fer. Generalmente.

-Porque él me dijo “no” una vez y eso a mi me destruyó y vos bien sabes cuanto disfruto de las crisis. El me debe una, y me las va a pagar de la mejor manera. - Fernanda estaba convencida, decidida a recuperar su dominio en la no-relación que mantenía con su ex, “the ex”. Sabía que era hora –y para su suerte, el momento indicado- de dar vuelta el omelette y para ello iba a necesitar mucha manteca.

-¿Y a vos que te picó? – me preguntó casi gruñendo.

-Una araña, le dije.

-Dale, no te hagas, te conozco, no dijiste una palabra, ni siquiera dijiste que lo que hago lo hago por la culpa de saber que de no haber revisado sus mails, aún estaría con él, porque todos sabemos que ojos que no ven…- Ahí estaba. Lo había dicho. - Sonreí y adjunté al pie de la página con un tono comprador:

-La verdad es que llegaste en buen momento, es bueno saber que siempre hay alguien que está peor que uno.

¿Querés ir a comprar chocolates?

-Dale, y un vino. Y después chapemos.

-Entonces, ¿amargura sobre honestidad o seguimos en la tesis del “hagamos de esta sociedad lo menos hipócrita posible”?

Las puertas del ascensor se abrieron y mientras ambas mirábamos con picardía al chico del 5to me dice: -Yo creo que, no – se interrumpe – yo no creo ni pienso, en este momento, siento, y más que nunca siento que cuanto menos tratemos…

-¡Caradura!

Y si, Fernanda ya estaba sintiendo un 5to encuentro…

miércoles, 9 de junio de 2010

Capítulo I: Las razones de mi existencia.

Y entonces volví a mi recoveco en aquel tan nombrado barrio porteño, entré por la puerta de la cocina, saludé a mis plantas, abrí una puerta para cerrar otra y quebré en llanto. El espejo me pedía a gritos que rehiciera mi vida, más yo no podía oír. Tanta discoteca, tanta harina sagrada me agazapaba, me sentía circuncidada, ya no había placer que me pudiera agasajar y una vez más, perdida en la irrealidad, me encontré. Si, una vez más me encontré en medio de la nada, sin nada de qué sostenerme y mucho que perder. Y otra vez al viejo amor, a aquel sillón en el que solo me siento en conformidad cuando hay esperanza de intentar cambiar.

- Por qué decidiste volver, Laura? Qué pretendes encontrar aquí? Cómo? Cuándo? Dónde? Por cuánto tiempo?

Ya me sabía de memoria las preguntas y las respuestas de mis idas y vueltas de aquel patético consultorio. Él también. Yo quería límites. Él también. Yo quería problemas, él soluciones. Yo quería cada vez más, el no sabía como decirme que no. Y siempre ese fue el problema, la búsqueda implacable del “no”.

- Te acordás a donde dejamos la vez pasada?

- No – mentí.

- Bueno dejame recordarte... [...]
Y así empezó, otra vez, el ciclo enfermizo de la búsqueda de respuestas que ni siquiera quería encontrar.


Mientras en el ipod sonaban los acordes de aquella banda, la nuestra, la tuya y la suya, por mi cabeza pasaban centenares de deseos fúnebres. Nada por qué alarmarse. Esto ya había sucedido en más de una oportunidad y más que rasgarme un poquito la piel con una maquinita de afeitar para ver que tanto puede llegar a sangrar o tomar muchas pastillas antialérgicas con un vaso de un vino tinto berreta, no iba a pasar. Mmm Beretta, alguna vez me gustaría sentir que se siente apuntar y disparar con una.

"Todas las crisis son distintas, aunque las razones por las cuales entramos en ellas sean casi siempre las mismas” – me dice el ratapulguiento al que le pago 100 pesos la sesión. No shit! En serio? Me dieron ganas de salir corriendo y tirarme de un puente. Pero no de cualquiera. Del Broadway. Safé solo porque me quedaba un poco lejos y porque sabía que esa misma noche, crisis o no crisis, la iba a pasar más o menos bien.

A esa altura ya nadie sabía si yo estaba decidida a incursionar en prácticas masoquistas o solo disfrutaba de contar historias sádicas para dar (aún más) de qué hablar. Yo tampoco lo sabía. Estaría tratando de llamar la atención a cualquier precio? Ese pensamiento me sacudió. El sólo hecho de sentir la voz del psicoanalista dentro mío me dio escalofríos.

Lo de esa noche era algo casual, algún restó perdido en el barrio de Palermo, sonrisas acusadoras y mentiras escalofriantes para terminar encendidos y con ganas de fumar. De todas maneras me vestí sensual y tomé todos los recaudos que una lady debe de tomar antes de embarcarse en medio de tanta suciedad.
Después del cigarrilo me puse la blusa azul, me miré las uñas rojas, me pellizqué las piernas y contuve lo que pudo llegar a haber sido la peor de mis pateticadeces.

Siempre hay un antes y un después, me dije y mientras cerraba la puerta del ascensor me dispuse a añorar un después, con gente de verdad.